Es
internarse en nuestro mundo interno, es un desplazamiento hacia
nuestra esencia, permitiéndonos enlazarnos con zonas hasta ahora
desconocidas, con estados de paz, de creatividad, de inspiración, con momentos
en los que podemos detener la cabeza y concentrarnos absolutamente en
lo que estamos haciendo, con eso que se llama fluir, momentos sagrados donde
uno recupera la alegría, la inocencia, el bienestar.